D2D y la alianza móvil-satélite: ¿el beso de Judas?

Opinion Alberto Jara A

Hace unas semanas, dos compañías de telecomunicaciones con presencia en Chile hicieron historia en el norte del país al conseguir la primera conexión directa entre un SMS y un celular mediante las redes de un satélite. Starlink y Entel fueron las empresas primerizas en Latinoamérica en experimentar con el direct-to-cell (D2C) o direct-to-device (D2D). Estas probaron con éxito el envío y recepción de un mensaje de texto en una zona atacameña que no contaba con cobertura de ningún operador.

Sin embargo, el hecho no dejó contentos a todos en el círculo de opinantes del sector telco. Más bien, evidenció la tensión que existe en esta industria respecto del afecto que habría de brindarse a los operadores satelitales, que son una suerte de recién llegados al mercado masivo de servicios. 

La tribuna de los aplausos

La noticia fue celebrada con regocijo por el gobierno chileno y las empresas involucradas. El regulador sectorial (Subtel) bendijo esta apuesta innovadora, declarando más tarde su anhelo de que todas las compañías móviles incorporen el direct-to-cell (D2C) en su oferta comercial. 

Como sabemos, el direct-to-cell es un sistema que promete cobertura en cualquier rincón del planeta sin necesidad de antenas terrestres. Cuando esta tecnología se encuentre totalmente desarrollada y operativa, un camión de carga podrá cruzar todo el país sin perder nunca la conexión al sistemas de monitoreo, incluso en medio de la mayor soledad geográfica. Esta extensa cobertura no puede ofrecerla un operador de redes celulares, que funcionan con base en ondas hertzianas terrestres. 

Por otra parte, un operador satelital no puede ofrecer las grandes capacidades de transmisión de información, altas velocidades de transferencia de datos y latencias cercanas al milisegundo de la red 5G.

Como resultado, la tecnología móvil y la satelital parecieran ser productos complementarios, no rivales. Lo que una no da, la otra lo presta. La convergencia entre las redes móviles y satelitales acortaría la brecha digital existente y permitiría una experiencia de conectividad ubicua. Este mundo interconectado haría que el fin de la brecha tecnológica dejase de ser sólo un sueño. Ello, aunque Calderón de la Barca insista en que “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

El tribunal de la duda

El coqueteo móvil-satelital, sin embargo, es visto por otros analistas como el resquebrajamiento de la “Pax Industrialis” que reinó entre satélites y móviles por tantos años. Un mundo donde cada actor sabía su lugar en esta vida y papel que le tocaba cumplir en la provisión de servicios. 

Es más, tales líderes de opinión ven que Entel no sólo contribuyó a instalar la “primera piedra” del caserón de los satelitales. También habría aportado la “primera piedra” de la que en unos años será su propia sepultura como industria móvil.

En fin, se estima que Entel no estaría cabalmente consciente de que el abrazo que recibió de parte de Starlink, a raíz de su proyecto en común, resuena en el presente como un eco del beso traidor que Judas le prodigó a Jesucristo hace dos mil años. 

El sagrado vínculo nupcial entre Starlink y Entel puede terminar en un desplazamiento brutal del cónyuge más débil. La historia enseña que ninguna tecnología nueva se conforma con ser un simple complemento, moviéndole una sed de hegemonía. Algo así como lo que Joseph Schumpeter llamó la “destrucción creativa”.

En su primera fase, la coexistencia parece amigable. Netflix al principio no tenía interés en competir con la televisión tradicional, WhatsApp no pretendía matar el SMS, el correo electrónico jamás se propuso enterrar el fax. Hasta que, en la fase siguiente, lo terminaron haciendo sin cargos de conciencia. En esta segunda fase no se tratará, quizá, de que la industria móvil pueda convivir con la satelital, sino de la posibilidad de que ella logre sobrevivir a tanta constelación lanzada al espacio.

La secreta intención de los satélites

Los operadores satelitales aseguran que hoy su único objetivo es llevar conectividad a los rincones del planeta donde las redes móviles terrestres no llegan. Ni un centímetro de más. ¿Habremos de creerles del todo? 

Cuesta imaginar que los gigantes detrás de esta innovación inalámbrica, como Starlink y Amazon, estén invirtiendo miles de millones solo para servir a aldeas rurales. En cambio, lo que buscarían bajo una lógica de mercado en tensión competitiva es irrumpir, tarde o temprano, en el corazón mismo de la smart city. Porque es en el mercado urbano donde está el verdadero negocio. Y cuando la tecnología lo permita, no debieran tener miramientos en reclamar su lugar en la cima de la cadena alimenticia de las telecomunicaciones.

Por ahora vivimos en la era de la complementariedad, sin duda. Un período rousseauniano de bondad natural donde cada industria aporta lo que mejor sabe hacer. Pero las tecnologías evolucionan, y lo que hoy parece una relación simbiótica puede transformarse en una guerra de exterminio. 

Porque cuando la conexión satelital tenga la capacidad de competir con 5G en velocidad y capacidad, el divorcio podría terminar en una tragedia griega. El único mueble que podrán salvar las telecos del naufragio matrimonial es la latencia, ámbito donde por las leyes de la física siempre serán más eficientes que los satélites. 

La apuesta de Entel

Entel fue astuta en imponerse como la primera compañía que brindará conectividad satelital en Chile. Le dio, medio a medio, el palo al gato. No condescendió con la pulsión refractaria de ir en contra de la vorágine de innovaciones tecnológicas. Nos guste mucho o poco el D2C, el mundo parece que camina inexorablemente en esa dirección. 

Luego de la jugada de Entel, las demás telecos verán llegar su turno para subirse, con algo de resignación, al carro de la conectividad directa al celular. De lo contrario, quedarían en una desventaja competitiva casi irremontable frente a Entel si es que demoran en exceso el lanzamiento comercial del nuevo producto.

Sin embargo, Entel también fue precavida. En ningún caso convidó al zorro para dejarlo a cargo del gallinero. Porque con su aliado no son competidores directos, sino que apuntan a nichos de mercado distintos. No tendrán que andar a los codazos por captar la misma clientela. Es un pacto de no agresión. Un acuerdo de trabajo colaborativo para seguir digitalizando Chile… y monetizando 5G. Starlink y Entel no compiten, se complementan. Por ahora.

Como sea, más temprano que tarde, la competencia sucederá en menor o mayor medida. Y lo que pasó en el desierto chileno hace pocos días, bien puede ser un abrazo sincero. Ello no obstará a que, el día de mañana, un proveedor pueda traicionar al otro por las mismas 30 monedas de plata que recibió Judas, el Iscariote, por entregar la vida de su Maestro. 

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