
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca marca un parteaguas para el panorama digital de Estados Unidos y a nivel global, en el que las Big Tech han hecho movimientos estratégicos para ser aliadas del nuevo líder.
Silicon Valley lleva años desplazándose a la “derecha” en el cuadro político, o hacia el trumpismo, en este caso. Las grandes empresas tecnológicas se han vuelto a apoyar a Trump bajo el escudo de que la tecnología es un motor clave para la supremacía estadounidense.
Cualquier regulación que, desde su visión, no permita la innovación va en contra de la gran “América” que quiere construir Trump y de las ambiciones de riqueza de Silicon Valley.
En la triada de liderazgos ―geopolítico, económico y militar― que EE. UU. quiere recuperar y afianzar, las grandes tecnológicas han tomado un papel transversal y ahora buscan capitalizar esa evidente relevancia a favor de sus negocios.
Sin embargo, negocios son negocios y el respaldo de las Big Tech al nuevo orden de Trump dependerá de que las acciones del gobierno se alineen con sus intereses y el espacio que tengan para la negociación.
Donald Trump simpatiza con la idea de promover la desregulación del sector digital, lo que abarca no sólo a las gigantes de Internet, sino también otros sectores adyacentes como la Inteligencia Artificial y los criptoactivos.
La industria tecnológica se sintió incómoda durante la administración de Joe Biden, cuya política digital incluía combatir las prácticas anticompetitivas de las Big Tech. Para ellas, se sintió como vestir con una suerte de camisa de fuerza sus modelos de negocios.
Durante su mandato, el expresidente de Estados Unidos intensificó el escrutinio sobre las grandes empresas tecnológicas, las fusiones y adquisiciones y las medidas contra la desinformación.
Biden quiso avanzar en medidas ambiciosas para regular a las grandes empresas tecnológicas, que la Unión Europea en buena medida observó con agrado.
Incluso, instó al Congreso a reformar la Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones para obligar a las Big Tech a asumir la responsabilidad del contenido que se difunde a través de ellas y los algoritmos que usan.
Cuando la Comisión Europea promulgó la Ley de Mercados Digitales, que cataloga a las Big Tech como “guardianes” sujetos a estrictas normas antimonopolio, las empresas estadounidenses pidieron el auxilio de la Casa Blanca.
Sin embargo, el gobierno de Biden no rescató a las gigantes de Silicon Valley, y se limitó a enviar algunas cartas de protesta a Bruselas.
Probablemente, las Big Tech con Trump disfrutarán de un entorno más laxo, que daría más espacio para fusiones y adquisiciones y para explorar nuevos modelos de negocio. Sólo un día después de su investidura presidencial, Trump hizo un guiño y deslizó la posibilidad de que Elon Musk compre TikTok.
El panorama digital ha experimentado importantes cambios en los últimos años que dejan entrever lo que puede ser el camino venidero. Elon Musk, el hombre más rico del mundo y dueño de empresas como SpaceX, Tesla y xAI, se ha convertido en una figura prominente en el círculo cercano de Trump.
Musk compró Twitter, ahora conocida como X, en octubre de 2022, y al poco tiempo devolvió a Trump su cuenta que había sido suspendida tras el ataque al Capitolio. Con la adquisición llegó una transformación de la plataforma: X enterró las políticas de moderación de contenidos, su modelo de publicidad y la estructura de la antigua administración.
Aunque desde los números la compra de X era un mal negocio, Elon Musk lo que en realidad ganó fue poder. El poder de influir en la opinión pública, de hacer de X su propia plataforma política, de amplificar sus mensajes y de fortalecer la simpatía con Trump.
Los cambios que ha implementado Musk en X pueden dar un vistazo a lo que podría hacer al interior del gobierno como jefe del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental.
Otros empresarios multimillonarios también han girado hacia la derecha. Poco antes del regreso de Trump a la Casa Blanca, Mark Zuckerberg, dueño de Meta, transformó las políticas de moderación de contenido de sus plataformas digitales: aumentó la visibilidad de contenido político, eliminó los verificadores de información y dio fin a sus programas de diversidad, equidad e inclusión.
Con este giro, Zuckerberg ha buscado amistarse con Trump –quien antes ya había criticado una supuesta censura por parte de las plataformas de Meta–, mientras su empresa todavía enfrenta una gran demanda en Estados Unidos por dañar la salud mental de niños y niñas y un juicio antimonopolio por prácticas anticompetitivas al comprar Instagram y WhatsApp.
La metamorfosis de Zuckerberg también se da cuando aún es incierto el futuro de TikTok en Estados Unidos. El gobierno de Joe Biden promulgó una ley para obligar a ByteDance a vender TikTok, o de lo contrario la plataforma sería prohibida en el país.
El nuevo presidente de EE. UU. ya firmó una orden que retrasa la prohibición de la plataforma. Y aunque en el pasado Trump también intentó prohibir TikTok, ahora la utiliza para negociar.
A Zuckerberg, que busca ganarse su amistad, le conviene que la plataforma de videos cortos se prohíba, pues ha ganado terreno sobre sus redes sociales. Instagram y Facebook, aunque han hecho cambios para dar mayor relevancia al video, están lejos del éxito de TikTok.
Pero podría ser más atractivo para Trump usar a TikTok como palanca de negociación con China. El presidente republicano ha amagado con imponer más aranceles al país asiático, y llegar a un acuerdo sobre TikTok daría un alivio a las tensas relaciones entre ambas potencias.
El futuro de TikTok marcará el panorama digital de los próximos años de la versión 2.0 de Trump.
Y aunque las empresas tecnológicas y de capital de riesgo no pueden confiarse y sentirse sin freno con Trump, los cambios en el liderazgo de la Comisión Federal de Comercio, la Comisión Federal de Comunicaciones, en el propio discurso de Trump y los tecnológicos que orbitan a su alrededor dan más margen de maniobra para promover su agenda de “desregulación eficiente” y pro capital de riesgo e innovación.
Las Big Tech como Meta, Google, Microsoft y Amazon, aunque se están acercando a Trump, podrían no ser las principales beneficiadas, sino los capitalistas de riesgo, quienes financiaron parte de la campaña de Trump.
No hay que olvidar que la mano derecha de Trump, el vicepresidente J.D. Vance, tiene fuertes conexiones con los capitalistas de riesgo de Silicon Valley. Incluso, en 2020 fundó su propia empresa de capital de riesgo, Narya Capital.
Los republicanos y la industria tecnológica parecen estar más unidos que nunca.
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