
“La palabra más hermosa del diccionario es arancel.” Donald Trump ha convertido las tarifas en el eje de su estrategia para redefinir el rol de Estados Unidos en el mundo. Bajo esta premisa, el presidente Trump ha iniciado una nueva era en la política comercial estadounidense, al declarar una emergencia nacional económica mediante la imposición de aranceles generalizados que representan un cambio sísmico en el orden económico internacional.
El 2 de abril de 2025, invocando la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional de 1977 (IEEPA), Trump estableció un arancel base de 10 por ciento a todas las importaciones, efectivo a partir del 5 de abril de 2025, además de otros aranceles recíprocos diferenciados según cada país y producto, con planes para imponer tarifas más altas a naciones con las cuales Estados Unidos mantiene mayores déficits comerciales. ¿Qué significa y qué implicaciones tiene esta decisión en la política comercial estadounidense y en la geopolítica global?
Trump impone aranceles fundamentándose en una visión de “América Primero”. Entiende las relaciones comerciales internacionales como un juego de suma cero. Según la Casa Blanca, los “grandes y persistentes déficits comerciales anuales de EE. UU. han llevado al vaciamiento de nuestra base manufacturera, socavaron las cadenas de suministro críticas y han dejado nuestra base industrial de defensa dependiente de adversarios extranjeros”.
Este argumento convierte los aranceles como un arma económica y un instrumento de seguridad nacional. La desindustrialización (la manufactura estadounidense cayó de 28.4 a 17.4% del PIB global desde 2001) y la dependencia de cadenas de suministro extranjeras son amenazas existenciales para que América vuelva a ser grande otra vez.
Económicamente, los aranceles funcionan como un “impuesto” a las importaciones que eleva el precio de bienes extranjeros, protege industrias domésticas y genera ingresos fiscales. En teoría, mejora la balanza comercial y favorece el empleo local.
La lógica económica detrás de imponer aranceles se basa en tres pilares fundamentales, según la visión trumpista: proteccionismo, reciprocidad y renegociación de los términos comerciales. Habría que añadir un cuarto pilar que convierte una tarifa en una moneda de cambio política, como es el caso de la negociación arancelaria con México en términos de atención a temas migratorios y de combate al fentanilo.
Trump argumenta que Estados Unidos ha mantenido aranceles significativamente más bajos que sus socios comerciales (3.3% promedio frente a 11.2% de Brasil, 7.5% de China, 5% de la Unión Europea, 17% de India y 9.4% de Vietnam). Esta disparidad, junto con barreras no arancelarias, ha creado lo que el republicano percibe como un campo de juego desigual que ha perjudicado a los trabajadores estadounidenses.
Trump fundamenta su política arancelaria en la “regla de oro” del comercio: “trátanos como te tratamos”. Reclama que otros países han impuesto aranceles más altos y numerosas barreras no arancelarias a los productos estadounidenses. Por ejemplo, mientras EE. UU. impone un arancel de 2.5 por ciento a los vehículos importados, la Unión Europea impone 10 por ciento e India 70 por ciento.
Además, el republicano sostiene que prácticas como la manipulación de divisas, impuestos al valor agregado (IVA) exorbitantes y el robo de propiedad intelectual han perjudicado significativamente la economía estadounidense. Según la Casa Blanca, “el costo anual para la economía de EE. UU. de bienes falsificados, software pirata y robo de secretos comerciales es entre 225 mil mdd y 600 mil millones de dólares”.
La Casa Blanca expuso que “un análisis económico de 2024 encontró que un arancel global de 10 por ciento haría crecer la economía en 728 mil millones de dólares, crearía 2.8 millones de empleos y aumentaría los ingresos reales de los hogares 5.7 por ciento”.
¿Genialidad estratégica o locura económica?
Más allá de estas motivaciones declaradas, subyacen imperativos geopolíticos de gran calado. La imposición de aranceles es un intento de reafirmar la preeminencia económica y política de Estados Unidos en un orden global en transformación, especialmente en el contexto de la creciente influencia de China y las distorsiones generadas por el conflicto ruso-ucraniano. La dependencia de “adversarios extranjeros” para el suministro de bienes críticos, incluidos los necesarios para la base industrial de defensa, se considera una vulnerabilidad estratégica que los aranceles buscan mitigar. Desde luego, la política también busca el apoyo de una base de votantes que se siente perjudicada por la globalización y la pérdida de empleos manufactureros.
La insistencia en la “independencia económica” de la Unión Americana inclina la balanza hacia un enfoque neomercantilista del comercio: la producción doméstica y los intereses nacionales se priorizan sobre la interdependencia global. La amplitud de los objetivos declarados pretende una reorientación del papel de Estados Unidos en la economía mundial con reminiscentes de políticas mercantilistas que buscaban maximizar la riqueza y el poder nacional a través de superávits comerciales y la protección de industrias locales.
La decisión de Trump es una ruptura con las políticas del libre comercio que han dominado la política económica estadounidense durante décadas. Los defensores del trumpismo defienden que es una genialidad estratégica: fuerza a los socios comerciales a negociar en términos más favorables para EE. UU., protege industrias estratégicas como la manufacturera y puede ayudar a reducir la dependencia de cadenas de suministro vulnerables.
Sin embargo, los críticos –mucho más abundantes y en todos los continentes– señalan que el “arancelismo” es una locura económica que ignora los principios fundamentales del comercio internacional. Los aranceles generalmente aumentan los costos para los consumidores, distorsionan la asignación eficiente de recursos y pueden desencadenar guerras comerciales, además del siempre doloroso desempleo. La teoría económica sostiene que el libre comercio aumenta el bienestar global, mientras que el proteccionismo tiende a reducirlo.
Los efectos inmediatos de la imposición de aranceles ya se manifiestan. Los mercados financieros experimentaron un desplome tras el anuncio del Día de la Liberación, resultado de la incertidumbre que mostraron los inversionistas. El Dow Jones perdió 2,231 puntos (5.5%) el 4 de abril, arrastrado por temores de recesión y represalias del gigante asiático. Precisamente, China respondió con una represalia de 34 por ciento de aranceles, la Unión Europea amenaza con impuestos a empresas tecnológicas y Brasil denuncia violaciones a la Organización Mundial de Comercio.
Oxford Economics estima que la tasa arancelaria efectiva de EE. UU. llegará a 24 por ciento, con lo cual superaría los niveles de los años treinta del siglo XX. Lo anterior podría reducir el déficit a costa de encarecer importaciones y desatar una espiral inflacionaria.
Los primeros coletazos tras el aumento de tarifas arancelarias típicamente incluyen aumento de precios de bienes importados, disrupción de cadenas de suministro globales, volatilidad en mercados financieros, represalias de socios comerciales afectados e incertidumbre para empresas involucradas en comercio internacional.
¿Qué dice la teoría económica? Desde diferentes corrientes económicas, la decisión de Trump puede interpretarse de maneras contrastantes.
La escuela proteccionista apoyaría las medidas como protección para industrias nacionales estratégicas. Los keynesianos ven mérito en estimular la producción nacional, pero preocupación por efectos inflacionarios. Los neoliberales critican estas medidas como ineficientes y distorsionadoras del mercado. La corriente institucionalista se centra en cómo estas políticas alteran las estructuras de poder económico globales.
Implicaciones políticas
Desde la ciencia política también es posible hacer un análisis, pues estas medidas se explican en gran medida por complacer la base electoral de Trump: trabajadores de sectores manufactureros en declive, sindicatos, regiones afectadas por la desindustrialización y antiglobalistas. El discurso nacionalista y de “América primero” refuerza la lealtad de un electorado sensible a la pérdida de empleos, la inflación por factores externos (como la pandemia o la guerra en Ucrania) y al declive de ciudades otrora industriales.
Sus votantes principales incluyen trabajadores industriales en estados del llamado “cinturón del óxido”, los cuales han visto declinar sus industrias debido a la globalización y la relocalización de fábricas para reducir costos a cambio de desempleo local. Entre 1997 y 2024, “EE. UU. perdió alrededor de 5 millones de empleos manufactureros y experimentó una de las mayores caídas en el empleo manufacturero en la historia”, acusó la Casa Blanca. Para el votante promedio de Trump, los aranceles simbolizan una defensa directa de sus intereses económicos frente a la competencia extranjera desleal.
Está el caso de Detroit, otrora emporio mundial de la producción automotriz conocida como “Motor City”, hoy un monumento al abandono industrial: de casi 1.85 millones de habitantes en 1950 pasó a menos de 640 mil en 2020, tras el cierre masivo de plantas como la Packard (que empleaba a más de 40 mil trabajadores) o la Chrysler–Chalmers, que dejaron barrios enteros como “ciudades fantasma”, fábricas derruidas y viviendas vacías.
Entre 1947 y 1963, Detroit perdió aproximadamente 150 mil empleos manufactureros debido a la migración de plantas hacia áreas suburbanas con mayor espacio disponible. Las ruinas industriales como la planta Packard simbolizan el abandono industrial y el colapso de una ciudad emblemática que no logró adaptarse a las transformaciones globales y tecnológicas. No es extraño que la película RoboCop se desarrolle en Detroit, cuando la ciudad está sumida en el crimen y al borde del colapso social y financiero.
La quiebra municipal de 2013 demostró a los sectores conservadores de EE. UU. que la deslocalización y la competencia extranjera vaciaron la base tributaria y social de la ciudad y convirtieron amplias zonas en “brownfields” contaminados y sin perspectivas de reactivación económica.
Impacto en la economía mundial: ¿dinamización o estancamiento?
La política arancelaria de Trump llevará a un estancamiento del comercio mundial en el corto plazo, con posibles efectos recesivos. Sin embargo, desde una perspectiva geopolítica, estas fricciones comerciales necesariamente llevarán a una reconfiguración de cadenas de valor globales que, a largo plazo, podrían resultar en economías más resilientes y menos interdependientes.
La respuesta de otros países será crucial para determinar si la economía mundial se dinamiza o se estanca. Si prevalecen las guerras comerciales, el efecto neto será negativo. Si, por el contrario, los aranceles conducen a negociaciones más equitativas, habría beneficios a largo plazo.
Es llamativo que Rusia no aparezca en la discusión sobre aranceles. El comercio entre EE. UU. y Rusia es relativamente pequeño, especialmente tras las sanciones impuestas desde 2014 por el conflicto con Ucrania, mucho antes del estallido de la guerra. Rusia es principalmente exportador de materias primas y energía (también armas, pero esas no las necesita Estados Unidos), sectores que, según la orden de Trump, estarían exentos: “energía y otros ciertos minerales que no están disponibles en Estados Unidos”, dice convenientemente la hoja informativa de la Casa Blanca.
Los países afectados enfrentan un dilema estratégico: enojarse y responder con aranceles recíprocos (Europa y China) o buscar negociar nuevos términos comerciales (México). Las estrategias más efectivas contemplan diversificación de mercados, alianzas otrora impensables como la de China-Surcorea-Japón, fortalecimiento de los mercados internos (América Latina), negociación directa (México), adaptación de cadenas de suministro e inversión estratégica en sectores estadounidenses, como el automovilístico o los semiconductores.
Efectos en el sector tecnológico
El sector de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), las telecomunicaciones y las industrias digitales y de Internet se ven indirectamente afectados por la nueva política arancelaria de Estados Unidos. Inmediatamente después del anuncio, se produjo una caída significativa en las cotizaciones de las corporaciones tecnológicas en los mercados bursátiles. La reacción de las empresas tecnológicas refleja la preocupación fundada de los inversionistas por el aumento de los costos de los dispositivos electrónicos importados y la posible disminución de la demanda de los consumidores debido a precios más altos.
La industria tecnológica ha basado su expansión global en la colaboración y no las prohibiciones o las prácticas arancelarias, por lo que esta ola de proteccionismo y tarifas representa una amenaza.
La Casa Blanca plantea en su hoja informativa que “la necesidad de mantener una capacidad de fabricación interna resiliente es particularmente aguda en sectores avanzados como (…) los productos tecnológicos, donde la pérdida de capacidad podría debilitar permanentemente la competitividad estadounidense”. Asimismo, reconoce “el desarrollo de nuevas tecnologías de fabricación en sectores críticos como la biofabricación, las baterías y la microelectrónica para apoyar las necesidades de defensa”.
Aunque los aranceles se dirigen principalmente a bienes manufacturados tradicionales, las TIC sufren de manera indirecta con la guerra arancelaria. Esta paradoja se explica por la profunda interconexión de la economía global. Los analistas anticipan que las tarifas, aun si se aplican principalmente a otros sectores, tendrán efectos negativos en toda la economía, incluido el sector tecnológico. Aunque semiconductores y software están exentos, el gravamen de 25 por ciento al aluminio y acero encarecería teléfonos, computadoras y equipos de redes. El anuncio precipitó caídas en las cotizaciones de Apple, Dell, HP, Nvidia y Qualcomm, entre otras tecnológicas, pues anticipan márgenes más ajustados y menor demanda. La caída en el valor de las empresas del S&P 500 provocó desplomes en sectores como el automotriz y el energético, pero también el tecnológico.
Las acciones de empresas tecnológicas en los índices bursátiles bajan porque 1) dependen de cadenas de suministro globales complejas; 2) el aumento de costos de componentes afecta sus márgenes de beneficio; 3) la incertidumbre del mercado reduce el apetito por activos de riesgo; 4) por potenciales represalias dirigidas a ellas que podrían afectar su continuidad o acceso a mercados internacionales y 5) porque una desaceleración económica, inflación, carestía y desempleo reduciría la demanda de productos tecnológicos.
FODA a los aranceles
Por lo tanto, si hiciéramos un rápido análisis FODA de la política arancelaria de Trump, encontraríamos los siguientes resultados, dependiendo de si se miran desde la Unión Americana o del resto de los países.

Fuente: DPL News
Respuestas de los países a los aranceles de EE.UU.
Estrategia | Casos de países |
Aceptar los aranceles | Países con escasa capacidad de represalia. |
Medidas para alinearse | Países que buscan evitar aranceles más altos. |
Aranceles de represalia | Unión Europea, China, Canadá. |
Buscar otros mercados | Países con alta dependencia del mercado estadounidense. |
Negociación | Australia, México |
Geopolítica
Estados Unidos goza de una posición geográfica privilegiada que influye en su enfoque geopolítico: aislado y defendido por océanos, con abundantes recursos naturales y un mercado interno enorme. Esta geografía le permite implementar políticas comerciales unilaterales como los aranceles del Día de la Liberación.
Geopolíticamente, EE. UU. aprovecha su posición como principal mercado mundial y nodo en cadenas de suministro para imponer su voluntad económica, política y estratégica. Los aranceles se convierten en instrumento de poder duro y blando: coerción comercial y política para que socios alineen estrategias de seguridad, migración y economía con Washington.
En sus relaciones con Europa, China y América Latina, Trump empuja un regreso al continentalismo propio de su destino manifiesto: reforzar el eje americano, tensionar la UE para renegociar tarifas digitales y arancelarias, “aislar” a China mediante alianzas con otros países asiáticos y latinoamericanos y atraer inversiones a industrias clave de la economía estadounidense como autos y semiconductores.
Frente a esta ofensiva arancelaria, las naciones deben diversificar sus destinos de exportación, reforzar bloques regionales y recurrir a organismos internacionales como la OMC para denunciar violaciones de acuerdos multilaterales.
Las medidas muestran un cambio paradigmático en la estrategia global estadounidense: del multilateralismo liberal hacia un enfoque nacionalista, proteccionista y transaccional. Con Europa, redefinición de la relación transatlántica; contra China, entorpecer la competencia estratégica; hacia América Latina, oportunidad para renegociar en términos más favorables para EE.UU.
La política arancelaria de Trump representa una apuesta estratégica de alto riesgo. Desde una perspectiva de realpolitik, como un intento de reajustar un sistema comercial global percibido como desequilibrado. La estrategia es utilizar el acceso al mercado estadounidense como garrote para forzar concesiones. Sin embargo, las medidas también arriesgan con desestabilizar un orden comercial internacional que ha contribuido a décadas de crecimiento.
¿Es Trump un estratega visionario o un líder que empuja al mundo al borde del caos? Desde la óptica realista, busca maximizar el poder estadounidense y preservar su hegemonía. Pero el riesgo de colapso económico sugiere que la estrategia puede dejar al mundo atrapado en rencores, represalias y estancamiento. Como dijo Warren Buffett, “los aranceles son un acto de guerra”. La pregunta no es si EE. UU. ganará la guerra arancelaria, sino si el mundo soportará el costo de su victoria.